Esta historia comienza así: hace muchos años
existía un famoso pueblito, alejado de la ciudad, llamado Glabilú. En
el medio de la única
placita que tenía, había un árbol, con hojas grandes, chicas,
medianas, verdes, rojas, amarillas, celestes y muchos colores más. No
sólo era
hermoso, sino que regalaba sonrisas a toda la gente.
Cada vez que alguien se sentía un poquito triste, se iba hasta la plaza, se acercaba al árbol y automáticamente
se empezaba a reír. Para los chicos, Risitas, que
así lo llamaban a su árbol, era un amigo más.
Esperaban ansiosos que llegara la tarde para poder ir a
jugar junto a él. Se trepaban en sus ramas, le cantaban
canciones, se divertían mucho.
Una noche, el Señor Gogó, que era del pueblito
vecino, fue hasta la placita. Miró para todos lado, se fijo que no hubiese nadie, y se acerco al árbol
en puntitas de pie. Era un hombre muy malo y serio, y no
le gustaba que sus vecinos siempre estuvieran alegres. Entonces, empezó a arrancarle las coloridas hojas a Risitas
y a patearle su tronco ¡con mucha bronca!. El pobre
árbol empezó a reír cada vez menos...
hasta dejarlo de hacer por completo. Y cuando lo hizo, el
Señor Gogó se fue satisfecho a su pueblo.
A la mañana siguiente el árbol amaneció
enfermo, casi muerto. La gente se puso muy triste cuando
lo vio, y la risa desapareció de sus caras. Entre
ellos se miraban y se preguntaban: ¿qué le
habrá pasado? ¿quién lo lastimó?.
Se pusieron a juntar sus hojitas, a cuidarlo, a regarlo, pero Risitas
seguía igual. Hasta que un día, decidieron que la forma para curarlo era
darle lo mismo
que el siempre les dio a ellos: RISAS. Se juntaron todos, hicieron una
ronda alrededor del árbol, se agarraron
de las manos y empezaron a reír. Y rieron cada vez
más fuerte, tan fuerte que hasta la tierra comenzó
a vibrar. Risitas empezó a tomar vida, le volvieron
a salir sus coloridas hojas y con ellas, su alegría.
Empezó riéndose bajito, casi no se lo oía, pero terminó riéndose tan
alto que hasta contagió
al Sol. Comenzaron a crecer muchas y muchas flores a su
alrededor y se formó un arco iris, el más
bello que habían visto en toda su vida.
La risa empezó a contagiar a los pueblos vecinos
y llegó hasta la casa del Señor Gogó, y sin darse cuenta, de sus labios, comenzaron a salir risas.
Y colorín, colorete, a este cuento se lo llevó
un cohete.
FIN
Escrito y enviado por
Mariana Ramos
El Palomar
Buenos Aires